El jueves 13
de septiembre tuvo lugar una diseminada cantidad de manifestaciones opositoras
al gobierno nacional a lo largo de la Argentina, en tanto expresión de repudio
a funcionarios y políticas del gobierno nacional.
El enfoque de
los medios, nada casual, registró principalmente lo acontecido en la Capital
Federal, gobernada por Mauricio Macri, principal referente del neoconservadurismo
en el país. Electorado de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires cuenta con un
sector históricamente privilegiado (el del llamado “Barrio Norte”) y suele ser
muy susceptible a la idea de una cierta pérdida de autonomía, ante lo cual es
dado a preferir opciones locales (el gobernante PRO se ciñe al caso) por sobre
las fuerzas políticas de relevancia nacional.
Algunas de
las consignas de los manifestantes (alta y mediana burguesía, mayoritariamente)
fueron eufemismos contra políticas públicas claramente reconocibles:
-
falta de libertad: control sobre propiedades y
ganancias extraordinarias por los organismos de recaudación; límites a la
dolarización de la economía, repudio a los impuestos progresivos.
-
falta de seguridad: demandas de por aumento de
la represión y medidas ejemplificadoras con el delito; cuestionamiento a los
organismos de derechos humanos por “permitir que se vulneren los de todos los
ciudadanos”.
-
diktadura: negación de las demandas de la
mediana y alta burguesía (aumento de la renta de los subsidios, políticas de
flexibilización laboral, generación de políticas que causarían un rechazo
clasista, etc.).
-
fomento del odio: esta idea proviene desde 2003, a partir de la
iniciación de las políticas de derechos humanos y se acentúa tras la dureza de las consignas y declaraciones de
la burguesía terrateniente durante 2008 tras el proyecto para aumentar el
gravamen sobre la renta extraordinaria de la soja. De aquí que el kirchnerismo
se manifestaría, según el perfil ideológico de la derecha, como un proceso que
habría venido a generar divisiones irreconciliables entre argentinos que antes
vivían en paz, amor y hermandad, sin nada que reprocharse el uno al otro. Visión
semejante implica omitir un siglo de democracia interrumpida, de la
deslegitimación del voto popular, de persecuciones políticas, genocidios,
enriquecimientos fraudulentos y pauperización.
La queja ha
tenido por objetivo expresar la idea de un “peor país”. Al respecto vale tener
en cuenta que los ataques dirigidos a Cristina Fernández son el cuestionamiento
a los principales beneficiarios de las políticas sociales quiénes, según
expresión de los manifestantes, satisfacerían sus necesidades a través del
Estado, denuncia clasista que expresa el deseo de un sector que supo consumar
en absoluta libertad sus deseos hasta tiempos recientes.
El contenido
ideológicos de las manifestaciones, expresión del avance de derechos de los
sectores más postergados ahora contenidos en políticas concretas (plan Argentina
Trabaja, plan Manos a la Obra, Asignación Universal por Hijo, universalización
de las jubilaciones) quizás podría remontarse al concepto de “tiranía de las
mayorías”, que surgida del liberalismo inglés tras la violencia fervorosa de
las mayorías durante la Revolución francesa, buscaba un paulatino ingreso de la
población analfabeta y de bajos recursos como límite para que el sistema
político no se contagie de la violencia del populacho. El pensamiento liberal argentino
tuvo en Domingo Faustino Sarmiento y los peores escritos de Juan B. Alberdi la
consolidación de un razonamiento excluyente, sentando el precedente de un
etnocidio racista para con el gaucho y el indio el primero, y la teorización sobre la prescindibilidad de la
población nativa y la necesidad de importación del capital humano anglosajón,
el otro. Ambos serán enemigos de la dictadura nacionalista del oligarca Juan
Manuel de Rosas, responsable de un gobierno con altísimos niveles de
popularidad. Finalmente, será con Julio Argentino Roca que se consolidará el
privilegio de la propiedad inmueble de los terratenientes, quiénes construirá
un imaginario nacional a gusto y capricho. La actualización de un pensamiento
contra las mayorías se ha formulado permanentemente contra el yrigoyenismo
primero, contra el peronismo después y actualmente encuentra en el kirchnerismo
su principal enemigo.
Los cacerolazos,
en definitiva, poco tienen que ver con la derruidas ollas de 2001, cuando una
clase media bordeaba la exclusión social ante la violencia de los políticas económicas,
situación que viabilizaba claramente la posibilidad de una alianza
pluriclasista como fuerza demandante de
un cambio político (recuérdese la consigna “Piquete y cacerola, la lucha es una
sola”). Signo de nuevos viejos tiempos, apenas dos días del aniversario del
derrocamiento del presidente chileno Salvador Allende que las tuvo como
protagonistas, la ollas y el “medio pelo” volvieron a golpear con la
persistente fidelidad a su individualismo liberal y a la alegre dependencia que
la hace vasalla de la alta burguesía.
Los auténticos
motivos del descontento hay que buscarlos en la realización de la protesta
opositora como ensayo de expresión antikirchnerista -clientela cotizada para un
populismo de derecha- dado que ene el
lugar d los hechos predominaban los carteles acusatorios por sobre las demandas específicas, quizás
por los motivos inconfesables que hacían
a su presencia física. Es una manifestación más de repudio a las políticas
sociales en el marco de la tensión por pujas redistributivas, a apenas dos días
del aumento de la Asignación Universal por Hijo. Como diría el estudiante de sociología Marcos Domínguez, "son estereotipos funcionales a un statu quo liberal, a un sujeto especifico que entre la dictadura y el menemmismo heredamos", un movimiento social de similares caracteristícas al ultraliberalismo del Tea Party norteamericano.
No obstante el alza
inflacionaria que corroe el salario de los sectores de menores ingresos, la
mayor parte de los convocados acusó de “demagógicas” y de “mantener vagos” a
las políticas sociales (aunque éstas tengan gran presencia en las “naciones
civilizadas” en las que se pretenda reflejar las derechas de los países
emergentes). No primó allí el
descontento de los más necesitados, sino la irereverencia de los libre
consumidores antidemocráticos y una retórica excluyente, siempre impune. Quizás
el temor a un Estado que, muy paulatinamente, ha incorporado la responsabilidad
de regular el mercado y la propiedad par los 40 millones de argentinos.
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