viernes, 1 de abril de 2011

Medios y dictadura





El ataque a la memoria lanzado desde las empresas mediáticas hegemónicas suele ser una constante, particularmente en aquellas naciones en vías de desarrollo, pues el ejercicio de recordar permite distinguir las responsabilidades respecto a la realización del presente que vivimos. “Si la historia la escriben los que ganan”, como advierte una célebre canción, es sabido que una población y las generaciones que le suceden absorberán cotidianamente la reproducción de sentencias históricas que, afirmadas repetitivamente como veraces, terminarán por fijar una creencia tenida por verdad. Bien teorizaba Aldous Huxley en una ficción política inspirada en una sociedad de control que «Setenta y dos mil cuatrocientas repeticiones crean una verdad» (1), lo cual servirá de inspiración a Goebbels para inculcar en la población alemana la justificación del nacionalsocialismo con aquello de “miente, miente que algo quedará”.

En tal sentido, la irritación de ciertos emprendimientos mediáticos se debe al cuestionamiento sobre la certeza y arbitrariedad de los contenidos que otorgan al lector/consumidor (2) una imagen del presente. Los términos “periodista” y “cronista”, que a pesar de sus diferencias suelen usarse indistintamente, señalan la presencia de un sujeto cuya función es dar el vivo testimonio del suceso que está reportando. De este modo, la sumatoria de hechos positivos y negativos da por resultante una compilación de información que da cuenta del momento que se está viviendo, lo cual termina por implicar una fuerte presión al gobierno de turno y un gran repudio al Estado como estructura. En países como Argentina, el afianzamiento del neoliberalismo en los noventa y la tradición genocida autoritaria implicaron un proceso de disciplinamiento de la sociedad oir vía del Estado y la eliminación en la sociedad civil de la solidaridad social y la participación, por lo que ante cualquier disgusto del habitante en el espacio público, éste no duda en inculpar al gobierno y al Estado. Esto en verdad revela la falta de que ese “habitante” pueda conformarse en “ciudadano”, esto es, sentirse autónomo y capaz de convocar a otros para asumir decisiones colectivas y fortalecer una demanda. El diario resulta así un móvil para la queja y motivación de la viva impotencia del “malestar de los argentinos”, esperando la redención cuando uno de ellos (el mejor, el elegido, el “hombre fuerte”, el “valiente argentino”) aparezca y termine con el reino de la injusticia. Es así que, aún entre las víctimas de más injustos padecimientos, es posible encontrar la creencia en una solución por vía autoritaria, además de un espontáneo y nocivo individualismo que les impide pensar en los demás afectados para resolver su situación y transformar la realidad.

Paradójicamente, discutir los medios de comunicación en Argentina resulta novedoso -aún desde marcos teóricos remotos- dado el atraso cultural a que sometió al país la última tiranía militar, que elevaba a único fundamento válido las argumentaciones del más arcaico integrismo católico.

La incomodidad de los medios en cuanto a la revisión de su pasado es natural puesto que algo, en ese pasado, los inquieta. La apelación constante al eufemismo “persecución a la prensa independiente” no es así otra cosa que: a) los desaciertos que cometen los periodistas al omitir elementos de una noticia o simplemente la adulteración de la misma; b) recordar el cambio de los posicionamientos de los formadores de opinión a lo largo de su carrera profesional frente aun tema concreto; c)evidenciar las arbitrariedades a que someten la información los publicistas respecto al tratamiento de una noticia o un invitado y d) despojar de la autoridad moral a los medios de comunicación revelando su posicionamiento en distintos contextos históricos y su expansión empresarial a través de contratos de dudosa legalidad, en base a acreditadas fuentes (investigaciones periodísticas y judiciales cuyos datos no han sido desmentidos) (3). Estos son los elementos sobre los cuales la prensa opositora cuestiona al programa 6-7-8 cuyos miembros, si bien admiten simpatía por el gobierno nacional e incurren en comparaciones desmesuradas (4) de vez en cuando, formulan críticas denunciando falacias e incoherencias representando una buena parte de la sociedad que, por el monopolio del mensaje impuesto en los noventa, se sintió sojuzgada, aislada y reprimida ante el parcial triunfo de la impunidad.

La “persecución a la prensa independiente”, en tanto construcción de un concepto, entraña también el conflicto ideológico entre el gobierno nacional y los diarios “Clarín” y “La Nación”, publicaciones que no se han limitado a denostar la política oficial sino que incurren en periódicas operaciones de prensa señalando futuros contextos desfavorables para el país. Diarios cuyo prestigio no puede estar desligado del volumen de páginas por edición. ¿Cómo era “Clarín” en ese entonces? «…el “Clarín” de la época es un diario macilento y flacucho, de 36 o 48 páginas, con unas tapas pálidas en las que sus títulos cuelgan sin ningún impacto visual. La fealdad hace a la época: capitalización mediante, ya vendrá después el espectacular crecimiento económico y sus consecuencias en el engrosamiento de los diarios en su belleza actual. (p. 33)» (5) Una prensa que en definitiva creció precisamente no por su independencia sino por transformarse en un difusor de doctrina de los golpistas del más terrible golpe de Estado de la historia argentina.
La situación se agrava aún más por reciente sanción de la Ley de Medios de Comunicación Audiovisual -que quebraría con la concentración mediática y alentaría contenidos locales- y la investigación en la compra de las acciones de Papel Prensa a la familia Graiver, en la cual el Estado y los accionistas de los diarios “La Nación”, “Clarín” y “La Razón” habrían intervenido coactivamente para pagarlas a precios irrisorios.

«No faltaron, tampoco, quienes vieron en la asociación entre el Estado y los mencionados diarios [Clarín, La Razón y La Nación] un mecanismo potencialmente capaz de limitar la libertad de opinión de los mismos. (p. 194)
Cuando fue inaugurada la planta de Papel Prensa S.A., el editorial de La Nación se centró en la significación económica de la sustitución de importaciones que ahorraría divisas al país y le permitiría ser menos dependiente del mercado mundial. […] Las razones técnicas se combinaban con argumentos ideológicos de resonancia paradójica para quienes recordaran las objeciones tantas veces formuladas por La Nación a propósito de `industrias artificiales´ creadas al amparo de la protección estatal… (p. 194)» (6)

Así las cosas, se revela que la llamada “persecución a la prensa independiente” no es sino el enjuiciamiento de toda una serie de comportamientos nocivos -que van desde la apropiación violenta e ilegítima de bienes materiales hasta la difusión de información viciada, el compromiso con el régimen genocida- susceptibles de condena judicial. Sin embargo, los reclamos de las víctimas –todos aquellos que, en definitiva, desean contenidos veraces expuestos en forma pluralista- aún hallan el obstáculo en un importante número de jueces que por temor o afinidad ideológica rehúsan participar de un proceso judicial ante semejantes medios de influencia.

Se trata, en definitiva, de dar luz a esa verdad que tanto esconden. Y que tanto temen.

NOTAS
(1) HUXLEY, ALDOUS. (1931) Un mundo feliz (Brave new world), Plaza y James, Barcelona, 1985, p. 50.
(2) Presentamos está categoría ambigua por creer en la existencia del reemplazo de un público lector, que suponía un individuo con hábitos de lecto-escritura propio del período previo a la emergencia de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información (TICs), a un sujeto con hábitos de lectoescritura menos desarrollados, ávido del consumo de contenidos y con mayor volatilidad de sus propias opiniones.
(3) Estas investigaciones, por cierto no son novedosas, ya que buena parte de ellas han surgido en la década del 90, acalladas por el clima ideológico de la época.
(4) Como la llamada “cadena del fascismo”, que implicaba las relaciones de una serie de políticos de derecha, que aún con la sumatoria de todos sus aspectos desagradables, no se asemejaban a las terribles imágenes del nacionalsocialismo con que eran mezclados.
(5) Blaustein, Eduardo y Zubieta, Martín. (1998) Decíamos ayer. La prensa argentina bajo el Proceso, Colihue, Buenos Aires, 1998.
(6) íbid.

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